Desde mi cama


Desde mi cama veo el cielo, la luz de la luna casi llena de esta noche fria de febrero alumbra la oscuridad de mi habitación, llena las sombras de plateados reflejos. Hechado en mi cama miro la luna a través de la ventana, me tranquiliza como no lo habia hecho nunca, me llena de calma y de sosiego. Miro a la luna y ella me mira a mi, y le cuento mis pensamientos, mis temores y mis deseos.

El viento de la noche juega con las nubes, y las mueve, y las moldea, y las transporta, y las transforma a su antojo. Y todo mi mundo de ahora, mis sabanas, mi colchon, mi cojín, la ropa tirada en el suelo también cambia al antojo del viento de la noche. Las luces, las sombras, el silencioso ruido de la noche, bailan y cambian al ritmo tranquilo del frio aire de esta noche de febrero.

Desde mi cama le hablo a la luna a través de la ventana. Le cuento mi pasado y mi presente, ella pronostica mi futuro. Siento como si una fuerza telúrica me engulliera, que me empuja a vivir con más ánimo, a sentir con más ahínco, a soñar con más tesón. Siento que mi corazón palpita con más vigor, lo que sentí hace tiempo resurge del olvido, lo que siento ahora se ratifica y fortalece, lo que sentiré en un futuro se me antoja como la visión de un vidente.

Hechado en mi cama me envuelve el pesado velo del sueño, pero no quiero dormirme aún, quiero seguir hablandole a la luna, porque ella me comprendre, me aconseja y vela por mis ambiciones, al menos esta noche, sólo por esta noche. Y me duermo, y sueño con la luna, y con el frio viento de esta noche de febrero. Cuando despierto me cuesta definir la línea en dónde todo empezó a ser un sueño, quizás esa frontera entre lo onírico y lo real es demasiado fina, demasiado etérea, demasiado irreal.